La escisión sentimental

UN FISCAL de la Audiencia Nacional dijo ayer que Interior tiene informes que avisan de la vuelta de ETA a causa de una escisión. El anuncio pasó a revolotear la actualidad con amargura localizada, como una pena de vagón de segunda. Yo estoy muy enganchado a la actualidad, prácticamente desde que existe, y soy experto en pocas cosas: una de ellas es la expresión facial de la noticia. Ésta se apareció de forma natural porque Interior tiene que ponerse en cualquier tesitura, también en la de la sandez: un asesinato está al alcance de cualquiera. Pero lo interesante es ese término «escisión» traído al debate. La decadencia terrorista suele producirse con escisiones que terminan de forma insólita con uno solo, casi siempre el que jamás cogió una pistola, pidiendo más madera normalmente encima de un bidón en un parque público y la barba dejada; no es raro que se le dejen monedas. Hay otra escisión de la que no se habla y que afecta no a las armas sino a la histórica comprensión que la banda ha tenido entre sus votantes y aledaños; esa resignación referida a «aquel tiempo», pues hace tres años ya de todo, y la necesidad de adentrarse en un complejo de túneles morales que siempre terminan en la relativización del crimen. Es una actitud que ahora deriva en hostilidad hacia las acciones del Gobierno, como si se estuviese artillando la paz de una guerra en la que dos bandos, los que atacan y los que protegen, tuviesen que guardarse sonora lealtad. Las divisiones en esa corriente aún se aguardan pese a que no se exigen cesiones ideológicas sino distancia personal; se ha llegado en el siglo XXI a obtener plácet democrático rechazando asesinatos, algo que uno entendía lógico no para montar un partido sino para montar una persona. Tal desarme, temo que puramente sentimental, es el más esperado.